21 noviembre 2008

Las apariencias y lo que importa

Mi churri no es que tenga mala pata, no. Tiene mala rodilla. La izquierda. En un año y medio le han operado 3 veces, y la luce con más agujeros que un gruyere.

El jueves pasado volvíamos a la clínica donde le habían operado un año y varios meses atrás. Él, para que le hicieran nuevos agujeros, y yo, de acompañante. Alguien se tiene que quedar en la habitación manteniendo el calor de la cama mientras operan al sujeto operable (mi churri)

En esas estaba yo (calentando la cama) cuando una mirada mía se topó con el armario. Uno de esos armarios mínimos pero con caja fuerte que suelen instalar en las habitaciones de las clínicas privadas. Ignoro si en las públicas hay lo mismo, para que la gente se lleve sus joyas y sus dineros al hospital en caso de infarto y/o intervención quirúrgica. La cuestión es que en las clínicas que uno se ha de pagar, sí: existen esos artilugios. Metes tus collares o tus tarjetas de crédito dentro, cierras la puertita y le pones una clave numérica para que nadie que no la sepa pueda abrir la caja y apoderarse de tus collares o de tus tarjetas de crédito.

Bien.

Pequeño intermedio a modo de puesta en escena

En abril del año pasado operaron por primera vez del menisco a mi churri. Apenas llevábamos 2 semanas saliendo (o entrando, no sé) y yo no conocía a nadie de su familia, ni ellos a mí.

Era el momento menos indicado, pero inevitable, para las presentaciones oficiales.

Encima llovía. Parece tontería, pero yendo en moto como va esta gata por la ciudad, pues también era inevitable el chubasquero mensaka del Decathlon. Y los pelos post-casco. Tranquila, me decía yo, llegas a la habitación, te quitas el chubasquero, te arreglas un poco el pelo, y ya podrás sonreir a toda la family que no pensarán que su hijo se ha liado con un motero.

Dio igual.

En el ascensor de metro y medio escaso coincidí con una de las hermanas, y al entrar en la habitación, ya estaba allí otra (porque son 4 mis cuñadas, sí señor) Y yo con mi chubasquero, y mis pelos, y mi casco en la mano, y mi cara de la próxima vez hago escala en el bar para ponerme presentable.

Fin del intermedio y continuación de la historia.


Las cajas de seguridad de los armarios de las clínicas, esas grandes desconocidas.

Andaba yo preocupada por mi aspecto de mensaka, y me encuentro con la hermana, en la habitación, agobiada y nerviosísima porque había puesto algo en la caja de seguridad (esa gran desconocida) y no se acordaba de la clave. Venga a probar combinaciones, y la dichosa caja que no, que no me vengas con esos números que no son los correctos.

A más intentos, más nervios.

Al final, decidieron por unanimidad (mi churri y sus 2 hermanas, yo miraba para otro lado) avisar a Mantenimiento para que vinieran a desbloquear el invento.

Más nervios de mi pobre cuñada.

Llega el de Mantenimiento con su llave maestra de abrir todas las cajas (o su maestría, yo miraba para otro lado) y la abre.

Más nervios de mi pobre cuñada, que le dice que gracias, que ya se puede ir, que dentro hay cosas privadas y que ya mete la mano ella.

Ahí tuve que dejar de mirar para otro lado (curiosity kill the cat, dicen)

Y miré.

Y de dentro de la caja salió un paquetito rectangular, algo aplastado y deforme, envuelto en papel de plata. No, no eran lonchas de chopped. Supongo que tendría un valor algo superior.

Si yo pasé vergüenza por mi disfraz y mi aspecto, ellas y mi churri estarían deseando no haber estado allí. O al menos no haber coincidido conmigo. O haber abierto la caja antes.

Año y medio más tarde, no hubo hermanas en la habitación de la clínica, ni paquetitos escondidos en la caja de seguridad. Pero la pucha cómo nos hemos reido en todo este tiempo gracias a lo que provoca el contenido de esos paquetitos. Y eso sin fumar ni una calada....

Postdata a modo de excusa barata.

Que sí, que vale, que no puede ser que me pase 4 meses sin publicar. Pero si uno tiene un blog es para hacer/escribir lo que le apetece cuando le apetece. Que para el resto de obligaciones ya están los jefes o la vida misma (pero que bueno, que intentaré pasarme más seguido por aquí)

08 julio 2008

Mamá ¿de dónde soy yo?

Próxima parada, el cielo

Sin siquiera imaginar que la Eurocopa nos depararía un Italia-España en cuartos, hace meses reservé billetes y hotel para hacer una escapadita a la Toscana en la semana del puente de San Juan.

Gracias al azar de los sorteos y el buen hacer del equipo español, mi churri y yo nos encontramos en un bar de Lucca, viendo el dichoso Italia-España que ya sabemos cómo acabó, rodeados de hinchas italianos. Creo que éramos los únicos españoles en el bar y en la ciudad. Bueno, referirme a mí como española es una forma de designarme por ósmosis o simbiosis... Y a eso voy: las dichosas nacionalidades.


Nací en un país, tengo otra nacionalidad y vivo desde hace 18 años en otro país. Vivo en un territorio en el que cada día, cada hora, cada minuto salta un descerebrado lamentándose de que un idioma o una nacionalidad están en peligro de extinción. Sin embargo, al oirme hablar, los italianos me preguntaban
¿española? y yo les respondía . ¿O les iba a explicar que en realidad soy argentina, pero que mi madre era francesa y de allí heredé la nacionalidad, cosa que me vino de perlas para regularizar mi situación en esta España donde pasé 4 años de ilegal, por argentina, por sudaca, pero donde digo España mejor ponga Catalunya, que como usted sabe es una nación, con una lengua en peligro de extinción? Bufffffff, qué pereza.

Los apellidos de mis 4 abuelos celebran el mestizaje que vivió Argentina durante el siglo XX de una manera bastante pacífica. Cierro los ojos e intento recordar los nombres y apellidos de mis amigos del otro lado del charco. Todos evocan amores transnacionales de gallegos con italianos, de portugueses con croatas, de rusos con alemanes, de polacos con sirio-libaneses. Sin embargo, al hacer el mismo ejercicio con mis amigos de aquí, sólo encuentro un caso de mestizaje por amor de catalana con chino, pero casi no vale porque ocurrió en Oxford.

Qué tranquilidad poder celebrar en los apellidos orígenes tan dispares, y sin embargo confluir en un idioma. Heredar la riqueza de una culturas, idiomas, incluso cocinas tan dispares y poder sentarse a disfrutar de un asado sin terminar discutiendo por una noción de nación, una visión empequeñecedora del mundo.


Mi abuela nació en un pequeño pueblo de Polonia que ya no existe, emigró caminando a Bélgica y de allí pasó a Francia. Acabada la guerra y ya sin marido, decidió largarse con sus hijas a Argentina, donde la conocí yo hablando 3 idiomas, y cocinando una amalgama fantástica de sabores que ella sola era capaz de conseguir.


Haber nacido en un país o territorio es un accidente. Uno es de donde ha ido viviendo.

Nota al pie absolutamente imprescindible:

Es verdad que el territorio descubierto por Colón fue invadido y sus pobladores originales reducidos a la mínima expresión, lo cual, en casos como el de Argentina, generó una población de genes más europeos que en otros países del entorno. Pero este texto no pretende realizar un ejercicio de memoria y/o reparación histórica por lo que de exterminio tuvo la conquista. Dicho queda.

13 junio 2008

Cómo descubrí que la tele no era un invento de Monet


A veces las cosas ocurren porque han de ocurrir. Gran verdad que podría recoger el capítulo 56 del tomo 4 del Diccionario Único de Frases Indispensables Leídas en los Manuales de Autoayuda (DUFILMA)

Pero lo que el DUFILMA no explica es por qué, cada vez que me quedo sin batería en la moto, MAPFRE me envía un ejemplar de zopenco, borracho o sobrio, pero de la familia de los zopencuáceos.

Un año ha pasado desde aquel día de junio de 2007 en el que, amaneciendo en casa de mi churri, hube de solicitar los servicios de mi grúa favorita. Un año ya desde que aquel zopenco, del tipo pon una ginebra (o tres) en tu desayuno, le diera por chocarse con otro coche, en medio de la Plaza España, conmigo en el asiento de copiloto y mi moto detrás.

Y hete aquí que el martes pasado hube de volver a solicitar los servicios de las grúas más rojas de la ciudad. Otra vez la batería. Otra vez un zopenco. En este caso, con un español apenas balbuceado, buscaba la batería a la altura del escape. Vamos, que el pájaro había arreglado motos como yo pilotado yates de 45 metros.

Pero por algo ocurren las cosas.

Por algo.

Las baterías duran 1 año.

Los mecánicos que te vienen a primera hora de la mañana son zopencos (borrachos o sobrios)

Te pasas 4 meses sin actualizar el blog.

Nunca has visto bien la tele en casa. Y eso que ahora la tele ha pasado de ser una caja cuadrada de 14 pulgadas a una maravilla planita de 26, por obra y gracia de unos 500€ que le sobraban a tu (mi) churri.

Por algo ocurren las cosas.

El cable de la antena que baja de la azotea está más seco que el Sahara.

Y va tu (mi) churri y en un plis plas te lo cambia y de repente se te hace la luz y te asombra comprobar que la tele en España no era como un cuadro de Monet.

Reflexionando:
Que en el año transcurrido entre zopenco y zopenco, te has traído al churri a casa, has dejado de publicar en el blog, tienes tele nueva y de repente descubres que no hace falta poner los ojos de chinita para ver a House. Y la moto, cada año, se queda sin batería. A ver qué dice el DUFILMA de todo esto.

18 febrero 2008

Un segundo (o dos)


Un segundo es apenas un ligero movimiento de una manecilla delgada de un reloj. Discretamente hace pic, o ñic, o pif (porque seguro que la vocal es una i), y se desplaza del 4 al 4,1. Cinco segundos van del 4 al 5 en un instante.

Y en un instante, dos, tres segundos, un imbécil te echa encima su coche, y tu ves, adivinas, tienes la absoluta certeza de que en dos, tres segundos más, te darás contra el asfalto.

Y como lo sabes, algo te hace frenar, inclinar la cabeza de lado y hacia arriba para no dar con ella en el suelo.

Pero aún así, en un máximo de cinco segundos estás tumbada sobre la calle, con la moto encima y unas ganas tremendas de lanzar improperios (y piedras, o alfileres, o cutters, o balas, o un tiesto con un roble inmenso de 25 años) al que ha girado encima tuyo cuando no debía. Al que te ha visto en el suelo, ha levantado la moto (porque le impedía el paso), ha vuelto a su coche y se ha largado, tal como bajaba por Lepanto, derrapando por la Gran Vía.

Nunca imaginé llamar a la Guardia Urbana llorando como una niñita perdida en la playa. Sentada en la moto, estrujando una libreta en la mano, no sé, se ha largado, estoy bien, me duele la rodilla, pero se ha largado, sí, tengo la matrícula apuntada (el imbécil desaparecía con un gran cartelón blanco con letras negras a su espalda)

Guardia Urbana, ambulancia, no ha sido nada, arriba de la moto otra vez y derechito para el curro, que yo solita tengo trabajo para tres.

Y la impotencia. Y una rodilla que se hincha. Y a urgencias para que te miren mejor, una venda, unas pastillitas de colores, y a descansar (que mañana hay que volver a currar)

Un segundo, dos segundos.

La rueda sigue. Y hay que seguir currando, y hay un imbécil suelto en esta ciudad que en uno, dos segundos, te corta el paso, te echa el coche encima, y se larga por ahí, derrapando por la Gran Vía.

(El color verdi-negro de mi rodilla derecha desaparecerá pronto. La desazón, no)