20 septiembre 2006

La inexorable unicidad del ser (deseado)

Mi madre siempre me dijo que la Universidad era útil. Que había que ir a la Universidad. Yo le hice caso. Porque era mi madre, y a las madres se les hace caso.

Y mal no me fue.

Descubrí que el bar era el sitio más cómodo de todo el edificio. Hice amistades. De las normales y de las de tensión sexual. Leí unos cuantos libros. Me apliqué con el latín. Y aprendí qué es la unicidad.

La unicidad. Un concepto que me ha servido para entender mi supuestamente subconsciente atracción fatal por ciertos varones.

En mi vida me he sentido atraída con mayor o menor éxito por diferentes tipos de caballeros. Mis parejas han sido cada una bien diferente de la otra. Y siempre me había preguntado qué les veía yo, o si eran mis hormonas calenturientas que no distinguían y les daba igual gordo que delgado, alto que bajo, peludo que pelón, blanquecino que moreno, ojos oscuros que ojos claros, atlético que mullido. Y de verdad el asunto me preocupaba.

Hasta que llegó madame Marie-France Borot y su teoría de la Unicidad (l’Unicité)

Resulta que el poeta Beaudelaire, aquél de las flores del mal, había descubierto que le atraían un cierto tipo de mujeres. Bizcas. Y que ese rasgo se repetía en más de una.

Ajá.

Resulta que hay un rasgo, UNO, que es el que nos atrae indefectiblemente en todas nuestras parejas. Lo buscamos, sin ser muy conscientes de que exista.

Busquen, amigos. Hagan ustedes una lista. Columna izquierda: nombre de los/las niños/as de sus ojos que han tenido desde que sus hormonas tengan memoria. Columna derecha: rasgos reconocibles. Comparen. Y saquen sus propias conclusiones.

Yo saqué la mía. Y si se cumplía en aquel momento, se ha seguido cumpliendo con rigurosidad inexorable.

Mi unicidad es la voz. Todos, absolutamente todos los hombres por los que he suspirado a lo largo de mi vida poseían una voz a medio camino entre Leonard Cohen y Dietrich Fischer Dieskau. Claro que una sensual voz de barítono no es el único requisito. Por ejemplo: jamás me sentiría atraída por un Luis del Olmo (prefiero a su reemplazante en verano, mi buen amigo Jaume Segalés ;-))

Pero reconozco, y eso en muchos casos me ha dolido en el corazón, que si un tipo me enamora por sus cualidades mentales, sus atributos físicos y su gracia innata, si al abrir la boca le sale un gallito a lo Aznar, pues ya puede irse él y su gracia innata por donde han venido.

Nota aclaratoria absolutamente prescindible:

Como cronista seria y tal, he buscado referencias en el pozo de sabiduría que es wikipedia, y no he encontrado la unicidad que Mme. Borot nos contó. No importa. No dejaré que una wikipedia de tres al cuarto me estropee un buen post. Y menos aún la explicación de mi selección natural de compañía masculina. Pregunten sino a Jaime Lee Curtis, que en Un Pez Llamado Wanda se le mojaban hasta los calcetines cuando le hablaban en idiomas extranjeros. Como si a mí me hablara, pongamos por caso, Jeff Bridges.

04 septiembre 2006

A vueltas con el destino o lo esencial de carpear los diemes

Hasta ahora les había hablado de mis empleos bizarros. Hasta julio tuve uno que daría lo suyo para contar, de hecho tenía algún post medio escrito en la galera. Pero el que tengo ahora (y había tenido hace un par de años) es normal. Es decir: trabajo de 9 a 18 en una empresa seria, formal, con gente amable, hago lo que me gusta y cobro por ello. Nada que haga gracia para un post. Y maldita la gracia que me hace hoy tener que hablar de mi curro.

En realidad no de mi curro. De uno de mis jefes. Tengo dos: una jefa y un jefe. Una lleva marketing y el otro ventas. Personas humanas encantadoras.

Mi jefe tiene 41 años. Ayer salió a dar un paseo por la montaña en Castelldefels, donde reside. Volvió al mediodía a casa y se sintió mal. Vive solo. Su familia está lejos.

Llamó a la ambulancia porque notó que algo no iba bien. Mi jefe es un tipo sano, cordial, activo, la mar de simpático y buena persona. La ambulancia llegó con media hora de retraso. Para entonces el corazón le había dejado de funcionar y el cerebro no recibía oxígeno.

Ayer le operaron del corazón. La operación fue un éxito. La sangre volvió a circular por las arterias, el oxígeno a viajar por todo el cuerpo. Pero el pequeño, complicado e impredecible órgano llamado cerebro, no volvió a funcionar.

Y allí está, en Bellvitge. 41 años, deportista, no fumador, la mar de simpático, cordial, buen jefe, mejor persona. Entubado en una cama mientras los neurólogos no dan un duro por él.

Hoy apenas nadie ha trabajado. Muchos fueron a visitarle. Su familia más cercana llega del otro lado del charco esta noche.

Mientras tanto, yo me he propuesto algo: no volver a compadecerme de mi suerte. Porque tengo la mejor de ellas, que es estar viva. Además, salvo pequeños achaques propios de la edad, me encuentro en plena posesión de mis facultades físicas y mentales.

Y un algo más: ser cada día un poco mejor persona. Como lo es Marcos, como espero que lo pueda seguir siendo, a pesar de tanto neurólogo apocalíptico.