07 noviembre 2006

Existencialidad de un corte de pelo

El sábado pasado, para celebrar que me dieron el alta, me fui a la peluquería. Y también porque andaba necesitando una poda con carácter de urgente.

La peluquera que se encarga de mi estilo (¡toma ya!) desde hace casi 10 años no estaba. Y no por placer, no. La pobre recibió la embestida de un hijoputa en su pierna izquierda mientras iba en su Honda 500 camino de Cunit, por las curvas del Garraf. Carretera jodida donde las haya. El tipo del coche se fue tan pancho, y a mi peluquera le quedan por delante 6 meses de durísima rehabilitación. Por suerte su novio, que iba de paquete, salió ileso y podrá cuidar de ella. Además de darme pena y bronca a partes iguales, eché de menos nuestra conversación sobre cine y viajes, que ya casi es rito cada 2 ó 3 meses. Y claro, su mano maestra para con mi pelo. Me cortó su socia en la pelu, que es un encanto de chica, pero claro, no es lo mismo (al final va a ser que hasta en esto soy más fiel que un perro)

La cuestión es que me pasé el sábado escrutándome en cada cosa medianamente reflejable. Escaparate por el que pasaba, escaparate en el que me miraba y remiraba de perfil, intentando adivinarme en este pelo corto que me han dejado, y que se me hace tan extraño. Y no porque no lo hubiera llevado nunca corto, incluso cortísimo. O largo e incluso larguísimo. Sino que me veo rara. No sé. Igual se me ven más las arrugas, esta cara de zombie que se me quedó luego de 2 semanas de estado febril, o las gafas de pasta tan negras y grandotas que me he comprado para que resistan el metesaca en el casco. No me veía nada bien.


Y así acabé el sábado, dudando sobre mi yo, mi superyo, mi ego y mi alter ego, y con manifiestas dudas acerca de mi identidad. ¿Quién esa tía que me mira desde el espejo, tan seriota ella?


Yo también quiero ser así de mona: así de rubia o así de ricitos morenos (ya que la madre o el padre naturaleza no me benefició con los genes rubios ojiverdes de mi abuela polaca)

Así que el domingo intenté aclarar el asunto con un amigo que, inocente frente a los traumas existenciales que me atenazaban, se pasó por casa con una pizza para comer y Pulp Fiction para disfrutar (¿Cómo pude vivir yo hasta hoy sin haberla visto? Me tragaré mi certificado de cinéfila, frito con cebolletas y bolets, que para algo es temporada)

Amigo (me mira medio de perfil)
Yo (que pienso que está pensando que menuda mierda me han hecho con el pelo, y arremeto): No te gusta el corte, ¿no?
Amigo: No, si te queda muy bien
Yo: Pero no me habías dicho nada hasta ahora, eso quiere decir que no te gusta, porque si te hubiera gustado, me lo hubieras dicho al pasar por la puerta y decir hola. Amigo: ¿?
Yo: No te gusta...
Amigo: Yo no he dicho eso. Te queda muy bien.
Yo: Pero no te gusta
Amigo: Sí que me gusta.
Yo: ¿De verdad?
Amigo (que no me manda a la mierda porque aún queda media peli, y el ya la vio, pero yo no, y no quedaría bien que se llevara el portátil y la peli por una córtame de aquí esos pelos, con gesto de infinita paciencia) Siiiiiiiiiiiiiiiiiii.
Yo (pensando menudo mentiroso, si está visto que lo que me han dejado es una mierda): Vaaaaaale, pues seré yo (no me extraña que no tenga muchos amigos, peazo tía paliza que puedo llegar a ser)

Hoy, luego de 2 semanas de vegetar en casa, volví al curro. Y todo el que pasaba me decía: ¡te has cortado el pelo, te queda guay! o ¡me gusta más así! o ¡si ya lo decía yo, que te queda mejor el pelo corto!

Yo creo que, en el fondo, se alegraban tanto de verme aparecer y de que les quitara de encima todo el trabajo que se tuvieron que comer en mi ausencia, que aunque hubiera vuelto con estas pintas, me hubieran dicho lo mismo.

(Ayyy padrecito, ayyyyyy madrecita, ¿por qué me habéis hecho así de cabezota?)

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