Gym fever
Señoras, señores, damas, caballeros y demás animalillos presentes: mañana habré dado un paso de gigante. No para el hombre. Para la mujer ultraperezosa que soy.
Sí, yo también he caído. Señores, decía: mañana empiezo mis clases en el gimnasio.
Me da hasta un poco de grima confesarlo. Me explico.
Yo soy un animal epicureista que se mueve por pulsiones que le satisfacen. No por nada soy felina. Para resumirlo, me gusta hacer lo que me gratifica, y evito los malos tragos. Todo el rollo ese de la superación y el esfuerzo, que te pases la vida superándote y esforzándote para acabar en el mismo agujero que el más tonto del pueblo, definitivamente no se ha hecho para mí.
Y para mí los gimnasios son los templos modernos de la tortura. Decenas de personas arrejuntadas sudando juntas pero sin tocarse, porque si se tocaran aún, pero no, aquí se trata de aguantar cada uno su pesa y su bicicleta estática. Por no hablar de esas salas con música atronante y monitor no menos ensordecedor que dirige el rebaño a gritos de uno, dos, tres, cuatro, todos, derecha y vaaaaaaaaamossssssssssss.
No. Eso no puede ser de ninguna manera placentero.
Pero, porque siempre hay un pero que viene a joderlo todo, hay un momento en la vida de toda mujer (no, no se trata de la tipa vestida de rojo que te persigue para chafarte los planes en esos días del mes) que Newton no pudo describirlo mejor. Al pensador se le cayó una manzana en la cabeza. Pero a las féminas se nos empieza a caer toda la frutería en cuanto pasas la barrera de los 30. Barrera que por cierto hace un tiempo que he surtido, desafiando a la gravedad con relativo éxito.
Es verdad que había habido ya un intento de aproximación que no cuajó, cuando aún ni me asomaba a la frontera crítica. En ese momento me apunté a uno de los gimnasios con más solera de la zona, un DIR en toda regla. Me compré unas zapatillas y un mono de sudar. Me regalaron una toalla y una camiseta. Y duré 1 mes, creo. Y eso porque iba a nadar, porque las máquinas de tortura creo que duraron 2 clases.
Y es verdad también que en general es la natación que me ha procurado los mejores momentos de relajación, disfrute y ejercicio todo en uno (quitando el deporte rey, aquel que se realiza preferentemente de a 2, en diferentes posturas, ejercitando la mayoría de los músculos del cuerpo, y la cintura te queda que ni con el hula hop) Pero eso no basta, no señor.
Las 60 piscinas no bastan.
Y no bastan no porque 1,5 km sea poco, sino porque poco me veía la dichosa piscina últimamente. Los fines de semana no están hechos para el gimnasio. Así que amplié mi matrícula a modalidad diaria, y allá que iré, mañana, a empezar mis clases de estiramientos y tonificación. Igual crezco y todo.
Apéndice Vogue
No voy a negar que conocía las tiendas Decathlon. Para mí era el sitio perfecto para comprar mis bañadores de piscina de 2 piezas, unos forros polares abrigados y baratísimos, el chubasquero para la moto. Pero jamás me hubiera imaginado todas las posibilidades que ofrecen para los amantes de sudar en el gimnasio. Camisetas, pantalones, sujetadores, calcetines, shorts, todos de formas, colores y fibras diferentes. El paraíso del sudador profesional.
Menos mal que mi gimnasio es de los municipales, que la mayoría de los socios pasa de los 65 años, y que yo paso también de marcas y chorradas. Porque a ver como me iba yo ahora a un DIR (con lo que se han empijecido últimamente) con unas mallas negras de 6€ y una camiseta verde de 8€ both made by Decathlon, por no hablar de las zapatillas que he rescatado de su rincón olvidado, unas Puma que podrían ofrecerse en la Galería del Coleccionista por una pasta. Menos mal.
Sí, yo también he caído. Señores, decía: mañana empiezo mis clases en el gimnasio.
Me da hasta un poco de grima confesarlo. Me explico.
Yo soy un animal epicureista que se mueve por pulsiones que le satisfacen. No por nada soy felina. Para resumirlo, me gusta hacer lo que me gratifica, y evito los malos tragos. Todo el rollo ese de la superación y el esfuerzo, que te pases la vida superándote y esforzándote para acabar en el mismo agujero que el más tonto del pueblo, definitivamente no se ha hecho para mí.
Y para mí los gimnasios son los templos modernos de la tortura. Decenas de personas arrejuntadas sudando juntas pero sin tocarse, porque si se tocaran aún, pero no, aquí se trata de aguantar cada uno su pesa y su bicicleta estática. Por no hablar de esas salas con música atronante y monitor no menos ensordecedor que dirige el rebaño a gritos de uno, dos, tres, cuatro, todos, derecha y vaaaaaaaaamossssssssssss.
No. Eso no puede ser de ninguna manera placentero.
Pero, porque siempre hay un pero que viene a joderlo todo, hay un momento en la vida de toda mujer (no, no se trata de la tipa vestida de rojo que te persigue para chafarte los planes en esos días del mes) que Newton no pudo describirlo mejor. Al pensador se le cayó una manzana en la cabeza. Pero a las féminas se nos empieza a caer toda la frutería en cuanto pasas la barrera de los 30. Barrera que por cierto hace un tiempo que he surtido, desafiando a la gravedad con relativo éxito.
Es verdad que había habido ya un intento de aproximación que no cuajó, cuando aún ni me asomaba a la frontera crítica. En ese momento me apunté a uno de los gimnasios con más solera de la zona, un DIR en toda regla. Me compré unas zapatillas y un mono de sudar. Me regalaron una toalla y una camiseta. Y duré 1 mes, creo. Y eso porque iba a nadar, porque las máquinas de tortura creo que duraron 2 clases.
Y es verdad también que en general es la natación que me ha procurado los mejores momentos de relajación, disfrute y ejercicio todo en uno (quitando el deporte rey, aquel que se realiza preferentemente de a 2, en diferentes posturas, ejercitando la mayoría de los músculos del cuerpo, y la cintura te queda que ni con el hula hop) Pero eso no basta, no señor.
Las 60 piscinas no bastan.
Y no bastan no porque 1,5 km sea poco, sino porque poco me veía la dichosa piscina últimamente. Los fines de semana no están hechos para el gimnasio. Así que amplié mi matrícula a modalidad diaria, y allá que iré, mañana, a empezar mis clases de estiramientos y tonificación. Igual crezco y todo.
Apéndice Vogue
No voy a negar que conocía las tiendas Decathlon. Para mí era el sitio perfecto para comprar mis bañadores de piscina de 2 piezas, unos forros polares abrigados y baratísimos, el chubasquero para la moto. Pero jamás me hubiera imaginado todas las posibilidades que ofrecen para los amantes de sudar en el gimnasio. Camisetas, pantalones, sujetadores, calcetines, shorts, todos de formas, colores y fibras diferentes. El paraíso del sudador profesional.
Menos mal que mi gimnasio es de los municipales, que la mayoría de los socios pasa de los 65 años, y que yo paso también de marcas y chorradas. Porque a ver como me iba yo ahora a un DIR (con lo que se han empijecido últimamente) con unas mallas negras de 6€ y una camiseta verde de 8€ both made by Decathlon, por no hablar de las zapatillas que he rescatado de su rincón olvidado, unas Puma que podrían ofrecerse en la Galería del Coleccionista por una pasta. Menos mal.