31 enero 2007

Gym fever

Señoras, señores, damas, caballeros y demás animalillos presentes: mañana habré dado un paso de gigante. No para el hombre. Para la mujer ultraperezosa que soy.

Sí, yo también he caído. Señores, decía: mañana empiezo mis clases en el gimnasio.

Me da hasta un poco de grima confesarlo. Me explico.

Yo soy un animal epicureista que se mueve por pulsiones que le satisfacen. No por nada soy felina. Para resumirlo, me gusta hacer lo que me gratifica, y evito los malos tragos. Todo el rollo ese de la superación y el esfuerzo, que te pases la vida superándote y esforzándote para acabar en el mismo agujero que el más tonto del pueblo, definitivamente no se ha hecho para mí.

Y para mí los gimnasios son los templos modernos de la tortura. Decenas de personas arrejuntadas sudando juntas pero sin tocarse, porque si se tocaran aún, pero no, aquí se trata de aguantar cada uno su pesa y su bicicleta estática. Por no hablar de esas salas con música atronante y monitor no menos ensordecedor que dirige el rebaño a gritos de uno, dos, tres, cuatro, todos, derecha y vaaaaaaaaamossssssssssss.

No. Eso no puede ser de ninguna manera placentero.

Pero, porque siempre hay un pero que viene a joderlo todo, hay un momento en la vida de toda mujer (no, no se trata de la tipa vestida de rojo que te persigue para chafarte los planes en esos días del mes) que Newton no pudo describirlo mejor. Al pensador se le cayó una manzana en la cabeza. Pero a las féminas se nos empieza a caer toda la frutería en cuanto pasas la barrera de los 30. Barrera que por cierto hace un tiempo que he surtido, desafiando a la gravedad con relativo éxito.

Es verdad que había habido ya un intento de aproximación que no cuajó, cuando aún ni me asomaba a la frontera crítica. En ese momento me apunté a uno de los gimnasios con más solera de la zona, un DIR en toda regla. Me compré unas zapatillas y un mono de sudar. Me regalaron una toalla y una camiseta. Y duré 1 mes, creo. Y eso porque iba a nadar, porque las máquinas de tortura creo que duraron 2 clases.

Y es verdad también que en general es la natación que me ha procurado los mejores momentos de relajación, disfrute y ejercicio todo en uno (quitando el deporte rey, aquel que se realiza preferentemente de a 2, en diferentes posturas, ejercitando la mayoría de los músculos del cuerpo, y la cintura te queda que ni con el hula hop) Pero eso no basta, no señor.

Las 60 piscinas no bastan.

Y no bastan no porque 1,5 km sea poco, sino porque poco me veía la dichosa piscina últimamente. Los fines de semana no están hechos para el gimnasio. Así que amplié mi matrícula a modalidad diaria, y allá que iré, mañana, a empezar mis clases de estiramientos y tonificación. Igual crezco y todo.

Apéndice Vogue

No voy a negar que conocía las tiendas Decathlon. Para mí era el sitio perfecto para comprar mis bañadores de piscina de 2 piezas, unos forros polares abrigados y baratísimos, el chubasquero para la moto. Pero jamás me hubiera imaginado todas las posibilidades que ofrecen para los amantes de sudar en el gimnasio. Camisetas, pantalones, sujetadores, calcetines, shorts, todos de formas, colores y fibras diferentes. El paraíso del sudador profesional.

Menos mal que mi gimnasio es de los municipales, que la mayoría de los socios pasa de los 65 años, y que yo paso también de marcas y chorradas. Porque a ver como me iba yo ahora a un DIR (con lo que se han empijecido últimamente) con unas mallas negras de 6€ y una camiseta verde de 8€ both made by Decathlon, por no hablar de las zapatillas que he rescatado de su rincón olvidado, unas Puma que podrían ofrecerse en la Galería del Coleccionista por una pasta. Menos mal.

Jojojo, cómo molo

25 enero 2007

Mis adorables vecinos (y el cabrón del dueño)

Vivo en un piso viejo. No es que sea antiguo, de esos antiguos de lustre y señoriales, no. Este sólo es viejo, descuidado, con la escalera medio derruida. Y todo porque es un bloque de alquiler, 2 locales y 5 plantas a 2 pisos por rellano, al que el dueño, que vive en Sant Cugat, no le importamos un pimiento. Mientras paguemos, claro.


El verano pasado, mientras pasaba un fin de semana en Pamplona, una tubería de mi cocina decidió que ya era el fin para ella, algo normal para un caño de 80 años, y empezó a gotear. Goteó y goteó hasta que el piso de abajo empezó a notar humedad en su techo. Era agosto. La administración de fincas, como debe ser, cerrada. El lampista oficial del edificio, para no ser menos, también de vacaciones. Cuando el vecino y yo conseguimos que viniera a ver lo que pasaba, llevábamos 10 días de grossen catastrofen.

Bien. El administrador decidió arreglar el desperfecto de mi piso siempre y cuando lo pagara yo, que era la inquilina. Según parece, las leyes en este país son así: el inquilino ha de pagar todo, el dueño sólo cobra el alquiler. Al final, sin derecho al pataleo, los gastos me los sumaron al recibo del alquiler.

Ayer llegaba a casa tan tranquila, o no tanto, porque los ovarios me empezaban a dar la vara, y me encuentro un sobre en el buzón. Por un momento me alegré: ¡un sobre! ¡una carta! ¡en mi buzón hay algo más que facturas del teléfono-gas-luz-móvil-visa y extractos del banco! Vaya. La alegría duró una milésima de segundo: el sobre lo remitía un bufete de abogados, y en el interior me intimaban a pagar los gastos de reparación de los desperfectos del piso inferior, provocados por la pérdida de agua. Sí, el piso del porreta de abajo, que tiene un plantación de maría del tamaño del Mato Grosso en su salón. Jodido porreta. Me tiene arriba y va a los abogados. Desde ayer mi visión del mundo fumeta, buenrollista, antisistema y blablabla ha cambiado definitivamente (aunque bien pensado, el de abajo debe de ser una especie de empresario de la hierba....)

La cuestión es que me entró tamaña mala hostia, que, sumada a la presión ovárica, haría que pudiera tumbar al mismísimo Rocky I (y al II y al III y al IV y al V y al VI) de una simple mirada.

Estoy en casa, doblada en dos del dolor, con la cabeza a punto de explotar y......y resulta que tocan el timbre. Y yo con estos pelos y este pijama de cuadros. Y en la mano un vaso de agua con paracetamol 1mg efervescente. Abro la puerta: mi nuevo vecino.

(Ayer en medio del cabreo, todavía con la carta en la mano, un tipo con acento alemán había picado al portero eléctrico para que le abriera la puerta de entrada, que era el nuevo vecino de rellano y que no tenía la llave. Le abrí. No sé por qué, me fío del acento alemán, y eso que tuve un novio de por ahí que no era precisamente un santo varón)

Pues ahí lo tenía delante, pedazo de tiarrón rubiales y con una sonrisa de disculpa que me dice si le puedo dejar la llave de abajo para hacer una copia. Y yo con mi pijama, el vaso de paracetamol, los pelos revueltos de tanta cama. Con otra sonrisa de disculpa (por estar en casa a media mañana de un miércoles, en pijama y con estos pelos) le digo que estoy en casa de casualidad, que me encuentro mal, y que encantada le presto la llave. Y el ángel venido del norte va y me dice si necesito algo, que qué me estoy tomando, que él tiene algo mejor y que esta tarde me lo trae, junto con la llave.

Algo ha logrado el tipo: que deje de pensar en la mejor manera de aniquilar al dueño del edificio, en cómo joderle la plantación al vecino de abajo, en ponerle un juicio a Dios por habernos metido ovarios.

Y por otro lado me ha dejado con la intriga: ¿algo mejor que el paracetamol 1mg? ¿y esa sonrisilla que me ha puesto? Ahora tendré que estar en casa por la tarde.

23 enero 2007

Noche de cine con Miss Morritos

Hoy fui al cine. No tenía ni idea de qué tal sería la peli, pero por los 2€ de entrada que te cobra el Instituto Francés te puedes permitir el descubrir posibles joyas.

17 fois Cécile Cassard.


En realidad, más que 17, eran como 957 veces. A la media hora ya era para desaparecer. Pero no. Hay que ser fuertes y aguantar lo que la vida te eche. Así que mi amiga y yo decidimos resistir estoicamente hasta el final. Sólo quedaba 1 hora.

La historia va de una tipa que se queda viuda, con hijo pequeño. Eso se ve que la traumatiza lo suficiente como para dejar al crío y largarse. Dice que va al cine, y hala, a echar kilómetros con el coche.

En un momento determinado no puede más con tanto sufrimiento, se baja del coche y decide suicidarse. Se suicida, pero al final no, porque nadando, nadando, llega a Toulouse. No sé sabe cómo, pero minutos más tarde aparece con el coche, que había dejado por ahí antes de echarse al río. Ahí se dedica a pasear por los sitios más recomendables de la ciudad (mataderos y así) para sentir olor a hombre, o algo. Para eso, no se olvida nunca de sus modelitos de vestido corto y tacones a los Sexo en Nueva York, ideales para andar por el adoquinado y pasear entre sudorosos obreros con monos manchados (de sangre, de pintura, da igual) Ahí conoce a un par de chavales, se los lleva al hotel, fuman unos chinos, pero poco más. Los chavales venga a quitarse la camiseta, pero ella nada, que para eso está triste.

En fin, resumiendo. Conoce a un maricón, se alquila un piso en Toulouse, medio se enamora del tipo, se pone 14 modelitos diferentes, y pasea sus morritos por la pantalla. Y morritos no le faltan, puesto que se trata de Béatrice Dalle, aquella de la ochentera 37º2 le matin, que vi en mi época adolescente.

Y a ver qué chica no quería parecerse a ella hace 20 años....

(37º2 le matin....menudo trauma adolescente-momento-avestruz. La peli empieza con algo así como 10 minutos de escena de cama-sexo, del tipo se les ve todo y además jadean con ganas. Y yo, sentadita en el cine, con mamá a un lado y papá al otro. Y de fondo los ahhhhhhhhhhh, ohhhhhhhhhhhh, ñññññññññññ del sommier. Y yo deseando no haber elegido esa puta peli, por el amor de Dios, que en casa de sexo no se habla)

Luego de 105 minutos de morritos, colección de prêt-à-porter, zapatos monísimos, planos laaaargos y torsos masculinos varios, se ve la mar de animosos a la viuda y al maricón, planeando tener un hijo y vivir felices en África.

Pss. Con lo que me mojé yo para ir a verla. Y no lo digo figuradamente, no. Coño, que me empapé llegando a Aribau-Moià. Y todo por ver una peli pretenciosa, vacía, fatua, ridícula, larga, aburrida, absurda....

Me queda una duda. ¿Por qué rayos todos los tíos con los que se cruza la viudita se quitan la camiseta, ya sea bajo el sol o bajo la nieve? Y ya que estamos, otra duda más: ¿en Toulouse es normal que una vaya paseando y se tope con un tío que, sin mediar palabra, te empiece a hacer un cunnilingus? Mmmm, y la última cuestión: ¿cuál es el camino más corto para llegar a Toulouse?

20 enero 2007

Estampas porteñas II – El piropeador

Una, que en esta plaza no provocaría ni un ligero torcimiento de cuello, en aquélla del sur llegó incluso a tener que refugiarse en una tienda para poner fin a algún pesado especialista en maniobras de seguimiento y acoso.

Años de tener que aguantar voces húmedas pegadas a la oreja, de verse obligada a dar un rodeo para no pasar frente a la obra en construcción desde donde te silbaban y te dedicaban finas guarradas.

El panorama cambió al llegar a esta Catalunya de adopción, donde no miden la hombría con la regla del gallo dueño del corral. Una puede ir tranquilamente por la calle sin temer asaltos babosos. Pero claro, eso evita también el poder toparse con el piropeador amable, ese que te arranca una sonrisa sin tú quererlo.

De esos, recuerdo un par:

Aquel que le espetó a mi madre, cuando caminábamos a su lado, sin todavía haber cumplido los 18, mi hermana y yo: “Señora, ¿quiere usted ser mi suegra?". Vale que no era muy original, pero se ve que a mis 13 ó 14 años lo consideré todo un alarde de maestría piropeadora. Sobre todo comparándolo con lo que había que aguantar.

O aquella vanette que se nos cruzó en una bocacalle, también caminando mi hermana y yo, y de la cual, al abrirse la puerta lateral, surgió un saxofonista que nos dedicó una serenata en clave de jazz. Saxofonista que vestía, además del saxo, sólo un pantalón. (¿Vendrá de ahí mi arrebato por ese instrumento y por todo aquel que lo toque? Si hay un psicólogo en la sala, por favor dejad mensaje)

En fin, ni soez ni amable. Aquí, mi diario andar felino no suscita ni una mísera reacción masculina .

Así que, por extraño que parezca, por horripilantemente machista y rebajador, no sé por qué, mi cara si ilumina en cuanto escucho, paseando en simples vaqueros y camiseta por una Buenos Aires que se derrite a 38º, un “Diosa” surgido a mi pasar.

(Lo dicho, psicólogos, por favor dejad mensaje)

14 enero 2007

(in)conscientes colectivos

Algunas cosas no cambian nunca Aunque vuelva de año en año, reconozco en cada esquina la esquina que fue, y en cada manera, las maneras de ayer.

Volví al Sur. De vacaciones.

Asombra la vitalidad exuberante de una ciudad que estuvo al borde del precipicio hace 5 años. Después del corralito, la tristeza, la miseria, la impotencia, los milagros para sobrevivir.

Hoy no queda manzana sin obra en construcción. Barrios rebosantes de turistas, diseño, restaurantes. Y precios a medio camino entre las nubes y el cielo.

Pero las calles, el tráfico, la gente, sigue siendo la misma, con sus estilos, sus andares y sus hablares.

Grupos de rock/pop que no conozco se anuncian en carteles. Pero los adolescentes siguen escuchando al mismo Sui Generis de hace 30 años, y corean las letras de los Redondos haciéndolas suyas, ignorando que antes de que fueran siquiera proyecto, Patricio Rey y los suyos ya llenaban estadios.

Ser turista en tu propia ciudad te permite tomar distancias. Y ver.

Ver los colectivos, por ejemplo. Ese medio de transporte híbrido entre camión de ganado y Apolo 13. Viajar en uno de esos colorinches autobuses es una experiencia mucho más ilustrativa sobre la idiosincrasia porteña que una visita a la Boca, con su Caminito decorado para gran regocijo del turista venido del Rhin.


Los colectiveros, raza indígena encargada de conducirlos, son capaces de acelerar el chasis de un viejo Mercedes como si del Renault de Fernando Alonso se tratara. ¿Ir por el carril derecho para facilitar las subidas y bajadas de pasajeros en las paradas? Ni hablar. Para ellos sólo existe la marcha zig-zag, que además no baja de los 80km/h. ¿Detenerse en la parada para que suba un señor con bastón? Para qué, ya vendrá otro detrás que pare.

En cambio, si eres fémina, preferiblemente joven y de buen ver, te pueden dejar en la misma puerta de tu casa. Ideal para los días de lluvia.

El comportamiento del pasajero de colectivo es también rara avis. Digamos que es uno de los pocos reductos en el mundo donde los hombres (jóvenes, adultos, viejos), continúan cediendo el asiento a las mujeres (jóvenes, adultas, viejas) No se ven embarazadas de pie, y para subir la gente espera educadamente en fila, no forman esas aglomeraciones neolíticas que es el espectáculo diario aquí.

Pero fuera...fuera la calle es otro mundo, sin reglas, sin urbanidad, sin carriles. Los cedas son cosas que te enseñan en las autoescuelas, los semáforos, bonitos adornos que ha puesto la ciudad para darle color a las calles.

Acaban de repavimentar la avenida sobre la que está el piso de mi familia. Con cemento. Más barato y durable que el asfalto. Ni siquiera le han pintado encima carriles ni sendas peatonales. ¿Para qué? Un gasto innecesario.

Estampas porteñas I - Experiencias en colectivo

Necesito acercarme a una dirección que se encuentra en el céntrico y populoso barrio del Once. En el locutorio donde hago una pausa para llamar por teléfono, el dependiente y un cliente empiezan a debatir cuál colectivo me deja mejor. No se ponen de acuerdo, con lo cual decido subirme a alguno de los 3 que pasan por esa avenida con destino “Once”.

Me subo a un 151. Pago mi “boleto” introduciendo las moneditas en esas máquinas que les han puesto a los colectivos para evitar los atracos, impidiendo que el que conduce maneje dinero.

Yo, boleto en mano, pregunto al colectivero - Perdón, ¿Va al Once?
Colectivero -
Yo - ¿Sube por Pueyredón?
Colectivero - No, por Medrano.
Yo - Y eso me deja cerca de Larrea y Viamonte?
Colectivero - Uy, no, te queda a unas 10 cuadras....El que te deja bien es el 140.
Yo - Bien, pero me he subido a éste, y ya he pagado mi boleto...
Colectivero, dado que entretanto hemos llegado a la siguiente parada, a una señora que subía monedas en mano - Señora, ¿le puede dar las monedas a las chica, ella le dará el boleto? Es que se equivocó de colectivo...
Colectivero, dirigiéndose a mí - Dale a la señora el boleto, y bajate en esta parada. Te tomás el 140 y te bajás en Paraguay y Larrea, de ahí son 3 cuadras.
Señora, entregándome las moneditas - Tomá
Yo, alucinando y con ganas de instaurar la medalla al Colectivero del Año, le doy el boleto a la señora y exclamo un profundo - Gracias!!!

Me bajo.

El colectivo continúa su camino de acelerones zigzagueantes por la avenida.

Semos los colectiveros, que cumplimos nuestro debeeeeeeeeeeeeeeer (Les Luthiers, o como 30 años no es nada)

PD: Quisiera ver yo a un chofer de autobús barcelonés. A ver si se sabe los recorridos de las otras líneas. A ver si le importa que te hayas equivocado. A ver si conoce el nombre de las calles de la ciudad por la que conduce cada día. A ver.