De los cástings a los tríos hay 1 paso (y 5 margaritas)
Empecé por los pases de peluquería, que me dieron tan mal rollito que nunca jamás volví a pisar las pasarelas de Wella o l’Oréal. Fui extra de película mala. Hice pruebas para un programa de Tele5 (ojalá algún ángel de mi guarda haya borrado las cintas). Con la excusa de una productora que le iba a proporcionar cantidades de contratos para extras, un fotógrafo en plena edad dorada y su hija me pasearon por todo el barrio gótico haciéndome fotos, junto con un grupito de otros tantos idiotas. Luego el tipo desapareció. Aclaro que todas y todos íbamos vestidísimos, y las tomas asemejaban a las que podía hacer cualquier turista frente a las piedras centenarias del Gòtic. Nunca entendí la motivación del paseíllo fotográfico.
Una vez fui a un casting para no sé qué en un bar del Eixample. Y en la cola entablé conversación con un chico gallego. Me cayó bien. Trabajaba en un bar de las Ramblas, era aficionado a la fotografía y vivía en el Guinardó. No nos cogieron ni a uno ni a otro, pero quedamos para ir a hacer unas fotos.
Vivía en un piso chiquito con unas vistas maravillosas, junto con un chaval marroquí. Me lo dijo él, porque yo no lo hubiera adivinado. De hecho es el único chico marroquí guapo que haya conocido. Guapísimo, vaya. Mi amigo gallego era simpático pero muy bajito, cosa que para mí trunca de raíz cualquier tórrido instinto.
Igualmente quedamos un par de veces para hacer fotos. En aquella época yo tenía una amiga peruana que estaba la mar de buena y que tenía entrada gratuita a todos los garitos latinos de la ciudad. Yo me colaba con ella o sin ella con la contraseña de “soy amiga de Raquel”. Por esa misma razón, me invitaban a todo sarao que se montara.
Y a una de aquellas fiestas invito a mi amigo gallego, quien se presenta además con el marroquí de infarto. Una de las pocas veces que me visto con un minivestido que apenas me tapa las bragas, y que se vuela más que el de Marilyn en la dichosa foto.
No sé si fue el vestido, el alcohol o el marroquí que me ponía, la cuestión es que montamos una en el medio de la pista entre los tres que no sé cómo no nos echaron. O será que nos fuimos antes de que lo intentaran.
Volvimos andando hasta mi casa, mi paraíso, que quedaba en un sitio tan a mano de todo que nunca cogía taxi. En el portal de casa me despido con un par de castos besos en la mejilla a cada uno, y para arriba que son 5 pisos por escalera. A la que llego, un escándalo de timbre a las tantas de la madrugada. Resulta que eran los dos que querían subir. Lo que imaginan es lo que querían. Pero es que a mí me sobraba uno...
Volví unos días más tarde al bar donde trabajaba el chico gallego. Ya no estaba ni sabían dónde había ido. En aquella época no había móviles ni msn ni nada, y no me apetecía pasar por su casa. Así que ahí acabó nuestra amistad. Nunca supe si en el fondo eran pareja, o si el calentamiento y el alcohol les habían incitado a compartirme.
En cuanto a los cástings, lo dejé.
Próximamente, la azafata, su novio, y la tercera en discordia que no quiso saber nada.