La azafata, su novio, y la tercera en discordia
Hace una temporadita, antes de que los hospitales y un alguien especial entraran en mi vida, había anunciado la publicación de una historia de las que hacen babear. Babeemos, pues, según lo prometido.
Localicémonos
Andorra es un sitio fantástico para esquiar y para comprar quesos rojos como pelotas. Venden perfumes, azúcar y alcohol y tabaco en cantidades legalmente sospechosas. Hay mucho chorizo, ibérico y de todo el mundo, el dinero fluye, los portugueses trabajan. También, desde hace unos años, con la moda ésa de los spas, los wellness, los masajes y la vida a la bartola, hay mucha gente que se hace sus kilómetros para ir al templo termal conocido como Caldea. Vamos, que el que inventó Andorra era un tipo muy ecléctico.
Empezando por el principio.
Hace unos años, 10 y pico para ser casi exactos, tuve una de las mayores alegrías de mi vida. En un casting para azafatas (porque los hay, los hay, y es penoso) vencí a una rubia. Sí, señoras y señores, por primera vez en mi vida, la morena de rizos había superado a la Raikkonen rubia macizorra venida del norte. Como se trataba de ofrecer en Andorra degustación de puros a franceses con caniche, el seleccionador decidió que, para hacer de Carmen, mejor una morena. Mes y medio con todos los gastos pagados de comida y estancia, y un sueldo nada despreciable. Vaya, que hubiera matado a la rubia para conseguirlo.
Al llegar, comprobé que era la única azafata del grupo llegada de España, ya que la caravana azafatil de la tabacalera se componía de 8 rubias francesas y yo. Las rubias, a promocionar tabaco. La morena (yo) lo mismo pero con puros. También había otras diferencias: las rubias compartían apartamento de a 2, y la morena tenía uno solito para ella sola.
Aparte de eso, nos juntábamos para comer, cenar, salir y divertirnos. Como en las colonias, pero cobrando.
Del grupo de las 8 compis, entablé amistad con una que venía de un poblacho cercano a Toulouse, una mierdapueblo que lo único que tenía era una fábrica química que apestaba, ahumaba y dejaba a la gente un poco tarumba.
Esta chica era muy guapa, entre morena y pelirroja de ojazos verdes. Había ganado un par de años antes el título de Miss mierdapueblo, y estaba muy orgullosa de la hazaña. También era un poco rarilla. Tan pronto estaba muy alegre como la veías con cara de duelo.
En fin, que la chica esta tenía un maromo. Un cacho novio que ríete tú del bracito de Nadal. Y como las otras azafatas volvían el sábado a sus pueblos a ver a sus novios, ésta recibía al suyo en su apartamento, que para eso le quedaba todito para ella.
Primer round
Un día, habiéndole dicho que quería probar los patines en línea que sabía que ella tenía, me hizo ir a su apartamento. Un sábado. A la tarde. Adivinen quién me abrió la puerta. Pues sí: el musculitos. Y en boxer. Y yo que le cojo los patines y me largo por pies, mientras la otra salía del baño envuelta en su toalla y diciéndome que me quedara un ratito con ellos.
Segundo round
Los parques termáticos son un gran invento. Sobre todo cuando estás en Andorra en agosto y no tienes un duro en el bolsillo para gastártelo en perfumes. Un domingo, mi amiga me invita a ir con ella y su musculitos a Caldea, que para eso tenía su 205. Así que allá vamos, en el Peugeot rojo haciendo la ruta Pas de la Casa – Caldea, escuchando música de Nueva Caledonia (ella había nacido allí) e intentando no fijarme mucho en cómo conducía la chica, estilo mira cómo baila el volante al ritmo de la música ésta tan movidita.
Llegamos. Nos cambiamos. Nos vamos para la gran piscina central. Nadamos un rato. Nos metemos en los jacuzzis enormes que cuelgan sobre la gran piscina. Solos los 3. Y el musculitos en el medio, que nos pasa la mano por la espalda a cada una, y se estira feliz de estar en el medio de sus dos posesiones. Lástima que esa no fuera mi idea. Desaparecí y no paré de nadar como una posesa por toda la piscina hasta la hora de marchar.
Tercer round
Sábado noche. Bar musical megacutre del pueblo. Otra vez el trío: Miss azafata, musculitos y servidora, en la barra tomándonos unos vodkas con naranja. Mucho jaja jiji, cuando de repente, teniendo el musculitos a su chica bien cogida por los hombros a un lado, se inclina hacia el otro, y se me acerca al oído, no para confesarme ningún secreto, sino para meterme la lengua hasta toparse con mis neuronas. La Miss me sonreía. Y yo no sabía a quién darle el cachetazo. Así que desaparecí.
The end
No hubo más rounds.
Supongo que el tipo sabría usar su lengua para algo más que para metérmela en la oreja: se adivinaba. Supongo que me perdí una experiencia. Supongo que les habré parecido una estrecha.
Terminó la campaña a fin de agosto y cada azafata volvió a su nido. Alguna me envió una postal, alguna dos. Esta me llamó una noche llorando diciéndome que se encontraba muy mal y que no sabía qué hacer, que le dolía mucho la cabeza (¿?) Y a continuación colgó. En aquellos años no tenía móvil, y el teléfono fijo no guardaba los números llamantes. No supe nada más de ella. Tampoco de su maromo el chulo musculitos.