21 noviembre 2006

Todas las azafatas van al cielo (pero en la tierra son un infierno)

Si no existieran los congresos, alguien debería inventarlos.

Se divierte mucho la gente en esos sitios.
Por empezar, esos días no van a trabajar. Comen que da gusto. Se encuentran con colegas para comparar logros y ligues. Y se van a dormir más contentos que un gato con su ovillo.

Pero, ¿qué sería de un congreso sin las Azafatas, esos adorables seres de uniforme y con perenne dolor de pies? Esos adorables seres....

Para este congreso en concreto, en el sorteo de la bonoloto, me tocó la responsabilidad del mostrador de inscripciones (nada menos que 1.500 escaqueados de sus labores cotidianas), del servicio de guardería (no, no era yo la de la nariz de payaso, sólo tuve que organizarlo), y del fantástico mundo de luz y de color de las azafatas.

Y después de todo eso, cada día irme a dormir al hotel Rey Juan Carlos I. Con tanto dorado y azul, moqueta y papel pintado, por poco muero de kitschitis, una nueva enfermedad apenas estudiada, que viene a ser como el síndrome de Stendhal, pero al revés. Te ataca cuando te rodean cosas horribles

Pase que el mando de la tele no funcionara. Pase que el secador de pelo tampoco, que el papel de la pared tuviera algún arrancón. Incluso que te cobren un mísero bikini a 15€. Pero que te dé la bienvenida a tu habitación esta maravilla del diseño, no por favor, antes Ágata Ruiz de la Prada!!!

Las azafatas....

Lamentablemente, caballeros, no tengo fotos de ninguna de ellas. Lástima, monísimas estarían algunas de ellas como diana de dardos.

En mis tiempos mozos y de horarios universitarios permisivos, me saqué buenos dinerillos gracias a la labor de aguantar de pie varias horas sobre tacones imposibles, sonreír a todo el que pasara a mi lado, informar de chorradas, y vestir uniformes ridículos. Te ponían en una puerta a decir buenas tardes, y tú lo hacías, no te preguntabas por qué ni para qué, ni filosofabas al respecto.

Pero de repente el mundo cambió y yo no me había dado cuenta.


Jueves, segundo día de congreso, 12 del mediodía, servidora en el mostrador de información, con cola de clientes delante:

Azafata V: (colándose en la fila de clientes): Perdona, pero necesito un café.
Servidora: Luego lo vemos, pero ahora mismo no puedo ocuparme de eso.
Azafata V: Tú siempre estás a la defensiva, yo sólo pedía un café, llevo 4 horas de pie, me merezco un café, pero está bien, si no puede ser, yo no quiero discutir, sólo quiero tomarme tranquilamente un café y veo que por aquí hay malas vibraciones, las malas vibraciones vienen cuando...
Servidora (pensando que dónde estará la cámara oculta): luego lo miramos, que ahora no puedo, ¿vale?

Viernes, tercer día de congreso, servidora se acerca al mostrador de acreditaciones porque le han comentado que hay mal rollo entre las chicas (entre las azafatas y las chicas de mi empresa que están haciendo el mismo el trabajo detrás del mostrador):

Servidora (con la mejor de las paciencias): ¿Qué pasa?
Azafata L
: El problema es que hay chicas que no saben decir bien las cosas.

Servidora:
¿Por ejemplo?

Azafata L:
Pues una me ha dicho que no entrego bien la documentación, y que no sonrío al cliente, cuando yo sé hacer muy bien mi trabajo. Lo que pasa es que hay gente frustrada que vuelca su frustración en los demás.

Servidora: ¿?
Azafata L:
Mira, yo tengo un master y hablo 5 idiomas, y sé hacer mi trabajo muy bien, pero si viene una compañera tuya y me dice que no hago bien mi trabajo, entonces me voy, porque por 5 euros la hora, no tengo por qué aguantar a nadie. Sabes, yo hablo 5 idiomas, y tengo un master, y hay gente frustrada que se dedica a amargar a los demás, y...

Servidora: Mira, pues te aguantas, a mí mi jefa algunas veces me dice cosas fuera de tono, y me aguanto.
Azafata L:
Pero es que ellas se creen que hay clases, y yo tengo un master y...

Servidora: Mira, se trata de entregar una documentación y nada más, ¿vale? No le demos más vueltas, que hay trabajo.
Azafata L: Lo que pasa es que es muy triste, el mundo tiene frustración y... (Servidora pone pies en polvorosa y desaparece, antes de hacerle comer su frustración en forma de grapadora)

Sábado, cuarto día de congreso, entre multitud de gente, en medio del hall:

Azafata R: Me duelen los pies, ¿No puedes ponerme en un sitio donde esté sentada, o que me pueda quitar los zapatos?

Azafata L:
Tengo hambre ¿podemos ir a comer?

Azafata V:
¿Hay café?

Azafata T:
¿Puedo ir a guardarropía? Es que llevo un rato de pie, y allí me puedo sentar

Azafata R: ¡¡¡Me duelen los pies!!!
Servidora (que es una blandengue, y lo sabe, y cada día se fustiga por ello, en lugar de cometer un asesinato en serie) pone su mejor cara y dice: Vamos a ver de solucionarlo.

Ya sé que es tarde, pero lo digo igual, porque sino reviento: ¡iros todas a la mierda, con vuestros idiomas, vuestros zapatitos, vuestras frustraciones y vuestro café! Y en el próximo congreso, me ocuparé de regar las plantas.

PD: porque si no lo digo, reviento también. Lo mejor del encierro, mi compañero de mostrador, el del software de las inscripciones. Un mister América de Florida, fornido, simpático, macizorro y altísimo. Durante 4 días, fui la envidia cochina de todas mis compañeras.

Si sabía el jodío que estaba buenísimo que para mostrarme las, según él, mejores gafas de natación que hay en el mundo (Barracuda), me enseñó unas fotos suyas en las piscinas Picornell, donde lo que menos se veía eran las dichosas barracudas...

07 noviembre 2006

Existencialidad de un corte de pelo

El sábado pasado, para celebrar que me dieron el alta, me fui a la peluquería. Y también porque andaba necesitando una poda con carácter de urgente.

La peluquera que se encarga de mi estilo (¡toma ya!) desde hace casi 10 años no estaba. Y no por placer, no. La pobre recibió la embestida de un hijoputa en su pierna izquierda mientras iba en su Honda 500 camino de Cunit, por las curvas del Garraf. Carretera jodida donde las haya. El tipo del coche se fue tan pancho, y a mi peluquera le quedan por delante 6 meses de durísima rehabilitación. Por suerte su novio, que iba de paquete, salió ileso y podrá cuidar de ella. Además de darme pena y bronca a partes iguales, eché de menos nuestra conversación sobre cine y viajes, que ya casi es rito cada 2 ó 3 meses. Y claro, su mano maestra para con mi pelo. Me cortó su socia en la pelu, que es un encanto de chica, pero claro, no es lo mismo (al final va a ser que hasta en esto soy más fiel que un perro)

La cuestión es que me pasé el sábado escrutándome en cada cosa medianamente reflejable. Escaparate por el que pasaba, escaparate en el que me miraba y remiraba de perfil, intentando adivinarme en este pelo corto que me han dejado, y que se me hace tan extraño. Y no porque no lo hubiera llevado nunca corto, incluso cortísimo. O largo e incluso larguísimo. Sino que me veo rara. No sé. Igual se me ven más las arrugas, esta cara de zombie que se me quedó luego de 2 semanas de estado febril, o las gafas de pasta tan negras y grandotas que me he comprado para que resistan el metesaca en el casco. No me veía nada bien.


Y así acabé el sábado, dudando sobre mi yo, mi superyo, mi ego y mi alter ego, y con manifiestas dudas acerca de mi identidad. ¿Quién esa tía que me mira desde el espejo, tan seriota ella?


Yo también quiero ser así de mona: así de rubia o así de ricitos morenos (ya que la madre o el padre naturaleza no me benefició con los genes rubios ojiverdes de mi abuela polaca)

Así que el domingo intenté aclarar el asunto con un amigo que, inocente frente a los traumas existenciales que me atenazaban, se pasó por casa con una pizza para comer y Pulp Fiction para disfrutar (¿Cómo pude vivir yo hasta hoy sin haberla visto? Me tragaré mi certificado de cinéfila, frito con cebolletas y bolets, que para algo es temporada)

Amigo (me mira medio de perfil)
Yo (que pienso que está pensando que menuda mierda me han hecho con el pelo, y arremeto): No te gusta el corte, ¿no?
Amigo: No, si te queda muy bien
Yo: Pero no me habías dicho nada hasta ahora, eso quiere decir que no te gusta, porque si te hubiera gustado, me lo hubieras dicho al pasar por la puerta y decir hola. Amigo: ¿?
Yo: No te gusta...
Amigo: Yo no he dicho eso. Te queda muy bien.
Yo: Pero no te gusta
Amigo: Sí que me gusta.
Yo: ¿De verdad?
Amigo (que no me manda a la mierda porque aún queda media peli, y el ya la vio, pero yo no, y no quedaría bien que se llevara el portátil y la peli por una córtame de aquí esos pelos, con gesto de infinita paciencia) Siiiiiiiiiiiiiiiiiii.
Yo (pensando menudo mentiroso, si está visto que lo que me han dejado es una mierda): Vaaaaaale, pues seré yo (no me extraña que no tenga muchos amigos, peazo tía paliza que puedo llegar a ser)

Hoy, luego de 2 semanas de vegetar en casa, volví al curro. Y todo el que pasaba me decía: ¡te has cortado el pelo, te queda guay! o ¡me gusta más así! o ¡si ya lo decía yo, que te queda mejor el pelo corto!

Yo creo que, en el fondo, se alegraban tanto de verme aparecer y de que les quitara de encima todo el trabajo que se tuvieron que comer en mi ausencia, que aunque hubiera vuelto con estas pintas, me hubieran dicho lo mismo.

(Ayyy padrecito, ayyyyyy madrecita, ¿por qué me habéis hecho así de cabezota?)

02 noviembre 2006

Mujeres desesperadas: las brujas de Blair

Hace algunos años tenía yo 23.

Mi novio, por el que me había quedado en un país que no era el mío, luego de 2 años de convivencia, decidió enamorarse de otra.

Pasé una de las depresiones más gordas que recuerde. No tenía trabajo, no tenía familia cerca, no tenía piso.

Pero tenía 23 años.

Así que me apunté al campo de deportes de la Universidad, encontré trabajo, conseguí una habitación en un piso compartido, y me largué.

El trabajo, vendiendo tarjetas de cliente VIP (y gilipollas) para la cadena Meliá, era sólo de mañanas, así que tenía todas las tardes para disfrutar de mi libertad. Era verano. Iba a la piscina cada día, me apunté a clases de tenis, y me dediqué a tomar el sol. Gracias a una apuesta que hice con una compañera, me ligué al socorrista. Y a vivir.

Un día, esta chica, unos treintaytantos, me invita a tomar unas tapas con un par de amigas suyas, todas de su misma quinta.

Lo recuerdo como si hubiera sido este mediodía.

3 treintañeras amargadas despotricando contra los hombres, esos seres hijosdeputa que les hacían la vida imposible.

Estábamos en la terraza del Tapas Bar de Paseo de Gracia/Consejo de Ciento.

Cuánto más largaban las amargadas, más se me iba atragantando la ensaladilla. En un momento no pude más y reventé.

-¿Pero cómo os atrevéis a despotricar así, si estáis desesperadas por pillar algo? ¡Y si estáis siempre así, es lógico que huyan de vosotras! ¡No podéis hablar de machismo si estáis haciendo lo mismo al revés! ¡Somos lo mismo, hombres y mujeres: humanos!

Buf. De repente sentí 3 pares de ojos sobre mi cabeza, que llegaban a donde sus puños, por estar en un sitio público, no era aconsejable que llegaran.

Me levanté de mi silla. Dejé sobre la mesa las pesetas correspondientes a mi consumición, y desaparecí.

Al día siguiente, mi amiga me giró la cabeza, y ya no volvimos a compartir clase de tenis ni apuestas de ligoteo.

Me juré entonces que nunca caería en ese lamentable espectáculo de espumarajos y resentimiento, en el fondo impotencia y desesperación.

Bien. Ahora me han llegado los treintaytantos. Ha llovido (y granizado, y huracaneado) mucho desde entonces. Me han vuelto a plantar con razones o sin ellas en varias ocasiones. Pero a mí....me siguen gustando los hombres. No he conseguido odiarlos, a pesar de los esfuerzos de mas de uno y más de dos.

No hay nada que me guste más que las manos de un chico (mejor si es el mío), acariciándome entre las orejitas. Bueno, sí, ganarle al Scrabble o al Trivial (y otras cosas que no diré, por si hay menores leyendo)

Amigos, aprovecho para presentarles al nuevo habitante de mi casa. A partir de ahora, nadie me moverá del salón. Me quedaré ronroneando sobre esta maravilla del progreso hasta que este señor le dé al botoncito. O hasta que me den el alta (cosas de ser el primer sofá en la vida de una):