14 enero 2007

(in)conscientes colectivos

Algunas cosas no cambian nunca Aunque vuelva de año en año, reconozco en cada esquina la esquina que fue, y en cada manera, las maneras de ayer.

Volví al Sur. De vacaciones.

Asombra la vitalidad exuberante de una ciudad que estuvo al borde del precipicio hace 5 años. Después del corralito, la tristeza, la miseria, la impotencia, los milagros para sobrevivir.

Hoy no queda manzana sin obra en construcción. Barrios rebosantes de turistas, diseño, restaurantes. Y precios a medio camino entre las nubes y el cielo.

Pero las calles, el tráfico, la gente, sigue siendo la misma, con sus estilos, sus andares y sus hablares.

Grupos de rock/pop que no conozco se anuncian en carteles. Pero los adolescentes siguen escuchando al mismo Sui Generis de hace 30 años, y corean las letras de los Redondos haciéndolas suyas, ignorando que antes de que fueran siquiera proyecto, Patricio Rey y los suyos ya llenaban estadios.

Ser turista en tu propia ciudad te permite tomar distancias. Y ver.

Ver los colectivos, por ejemplo. Ese medio de transporte híbrido entre camión de ganado y Apolo 13. Viajar en uno de esos colorinches autobuses es una experiencia mucho más ilustrativa sobre la idiosincrasia porteña que una visita a la Boca, con su Caminito decorado para gran regocijo del turista venido del Rhin.


Los colectiveros, raza indígena encargada de conducirlos, son capaces de acelerar el chasis de un viejo Mercedes como si del Renault de Fernando Alonso se tratara. ¿Ir por el carril derecho para facilitar las subidas y bajadas de pasajeros en las paradas? Ni hablar. Para ellos sólo existe la marcha zig-zag, que además no baja de los 80km/h. ¿Detenerse en la parada para que suba un señor con bastón? Para qué, ya vendrá otro detrás que pare.

En cambio, si eres fémina, preferiblemente joven y de buen ver, te pueden dejar en la misma puerta de tu casa. Ideal para los días de lluvia.

El comportamiento del pasajero de colectivo es también rara avis. Digamos que es uno de los pocos reductos en el mundo donde los hombres (jóvenes, adultos, viejos), continúan cediendo el asiento a las mujeres (jóvenes, adultas, viejas) No se ven embarazadas de pie, y para subir la gente espera educadamente en fila, no forman esas aglomeraciones neolíticas que es el espectáculo diario aquí.

Pero fuera...fuera la calle es otro mundo, sin reglas, sin urbanidad, sin carriles. Los cedas son cosas que te enseñan en las autoescuelas, los semáforos, bonitos adornos que ha puesto la ciudad para darle color a las calles.

Acaban de repavimentar la avenida sobre la que está el piso de mi familia. Con cemento. Más barato y durable que el asfalto. Ni siquiera le han pintado encima carriles ni sendas peatonales. ¿Para qué? Un gasto innecesario.

Estampas porteñas I - Experiencias en colectivo

Necesito acercarme a una dirección que se encuentra en el céntrico y populoso barrio del Once. En el locutorio donde hago una pausa para llamar por teléfono, el dependiente y un cliente empiezan a debatir cuál colectivo me deja mejor. No se ponen de acuerdo, con lo cual decido subirme a alguno de los 3 que pasan por esa avenida con destino “Once”.

Me subo a un 151. Pago mi “boleto” introduciendo las moneditas en esas máquinas que les han puesto a los colectivos para evitar los atracos, impidiendo que el que conduce maneje dinero.

Yo, boleto en mano, pregunto al colectivero - Perdón, ¿Va al Once?
Colectivero -
Yo - ¿Sube por Pueyredón?
Colectivero - No, por Medrano.
Yo - Y eso me deja cerca de Larrea y Viamonte?
Colectivero - Uy, no, te queda a unas 10 cuadras....El que te deja bien es el 140.
Yo - Bien, pero me he subido a éste, y ya he pagado mi boleto...
Colectivero, dado que entretanto hemos llegado a la siguiente parada, a una señora que subía monedas en mano - Señora, ¿le puede dar las monedas a las chica, ella le dará el boleto? Es que se equivocó de colectivo...
Colectivero, dirigiéndose a mí - Dale a la señora el boleto, y bajate en esta parada. Te tomás el 140 y te bajás en Paraguay y Larrea, de ahí son 3 cuadras.
Señora, entregándome las moneditas - Tomá
Yo, alucinando y con ganas de instaurar la medalla al Colectivero del Año, le doy el boleto a la señora y exclamo un profundo - Gracias!!!

Me bajo.

El colectivo continúa su camino de acelerones zigzagueantes por la avenida.

Semos los colectiveros, que cumplimos nuestro debeeeeeeeeeeeeeeer (Les Luthiers, o como 30 años no es nada)

PD: Quisiera ver yo a un chofer de autobús barcelonés. A ver si se sabe los recorridos de las otras líneas. A ver si le importa que te hayas equivocado. A ver si conoce el nombre de las calles de la ciudad por la que conduce cada día. A ver.

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