02 julio 2006

La gata sobrevive

Algunos ojales como muestra de la apasionante vida laboral de Lagata.

- Compradora fantasma. Esto consistía en ir las tiendas de una conocida marca de ropa y empezar a probarse cosas y volver locas a las dependientas. Que si quiero un falda en verde, no mejor en azul, que si puedo ver todas las camisetas rosas que hay en venta, que si la talla 4 no está, que quiero la 4, da igual que me sobre por todas partes. O comprar cosas y volver a devolverlas con las excusas más increíbles. Para desempeñar este trabajo, corto pero trabajo al fin, de mucho me valió mi innata cara de ángel y capacidad para engatusar (ver post anterior)

- Testeadora de encuestas. Por raro que parezca, antes de realizar un estudio de lo que sea, se hacen test de las encuestas para ver si funcionan. Recuerdo que para una del KH7 hice cantidad de test. Vaya gilipollez.

- Encuestadora. Este es más normalito. Quien más quien menos lo probó en algún momento de su compaginada vida laboral-estudiantil. Pero seguro que nadie disfrutó de un par de fines de semana en la playa de Salou, en pleno verano, preguntando sobre la cerveza Budweiser a tíos de entre 18 y 40 años. Me las quitaban de las manos, en 1 hora tenía hecho el trabajo de todo un día. He de decir que ayudaba el ir en bikini, y mi maravilloso cuerpo escultural de veinteañera. Uy, y otro estudio sobre dueños de coches de lujo (Porsches, Lexus, Jaguars, etc) me sirvió además para conocer a un tipo que me hizo la vida más divertida durante 3 años. Y no, no era de los novios formales (ver post anterior)

- Concertadora de entrevistas. Sí, lo admito, era para multipropiedad, pero yo no lo sabía Sr. Juez.

- Modelo para pases de peluquería. Sólo lo hice en 2 ocasiones. La primera me siguió un tipo en la calle para proponerme que desfilara. ¡Yo, doña normalita, iba para la Claudia Schiffer moreno-latina! El desfile resultó ser una mierda para Wella o l’Oréal, y lo que el tipo en cuestión quería era meterme en su cama. La segunda vez nadie me captó, fui yo solita. En ambos casos, salí con un peinado que me sumaba 20 años y una vergüenza horrorosa. Deberé plantearme por qué reincido en una conducta que me produce un hondo sentido de vergüenza, pero eso sería tema para otro post.

- Teleoperadora nocturna. Estaba de guardia para recibir llamadas de funerarias y seguros de muertos. Sola y por la noche. De no haber sido por el tetris, me hubiera suicidado de pura empatía. Luego también había llamadas de guardia de un servicio de envío de artículos varios a domicilio. Ollas, penes de goma, fajas reductoras, vaginas vibradoras. El catálogo era una delicia. Lástima no haber guardado uno, con todo lo que había de útil para el hombre y la mujer modernos. Es muy triste reconocerlo pero más triste es callarlo. Lo escribiré bajito para que no se oiga. Había tíos que llamaban a las, pongamos por caso, 3,45 de la mañana, para decir, con voz queda y más calientes que una plancha “me puedes decir cómo se quita la vagina vibradora, seguro que te van las pollas grandes como la mía, quieres que te la muestre, dímelo, que eres una guarra, ahhhhhhhhhh, ohhhhhhhhhhhh” Yo colgaba y seguía con el tetris. El problema es que a más muertos y más pollas atrapadas en vaginas vibradoras, más me enganchaba yo al tetris, que se convirtió en la mayor adicción de mi vida. Mira tú por dónde tanto muerto y tanto calentorro casi acaban por dejarme ciega.

- Vendedora de gadgets (llaveros, mecheros, bolis) a la salida del cine donde estrenaban Drácula de Bram Stoker. Apenas me acuerdo que no vendí nada. Duré un fin de semana.

- Camarera. Este sí fue el curro más corto de mi vida. Ni dos horas. Pero la culpa no fue mía. Los tipos del Mirablau decidieron probarme como camarera de barra un viernes a eso de las 12/1 de la noche. La mejor hora para no saber qué puñeta es un Manhattan y que al whisky no se lo pone limón. Una pena, porque las vistas del local eran una maravilla.

- Operaria en una cadena de montaje. Un veranito colgada en la ciudad y con necesidad acuciante de liquidez me propusieron hacer sustituciones en una fábrica de fregonas de l’Hospitalet. Sólo con decir que al mismo tiempo estaba leyendo Germinal de Emile Zola, y que no veía diferencias de trato a los obreros mineros de fines del s. XIX con como trataban a sus empleados los dueños de aquella nave mugrienta y ruidosa, lo digo todo. Menos mal que tenía la radio conectada 8 horas a las orejas, y Zola me esperaba en el metro (por cierto, qué necesidad había de levantarse a las 4 y media para ir a hacer fregonas a las 6 de la mañana?)

- Promotora de cerveza Guinness en un bar de jeviatas al lado de la plaza Orwell, bonito sitio de Barcelona. ¿Qué hace una tía en shortcito negro, camiseta con un cartelón de Guinness estampado en medio de las tetas, en el sitio donde la policía puso las primeras cámaras de vigilancia de la ciudad? Allí sólo iban tíos macizorros, pelos largos, chupas pintarrajeadas y cara de malas pulgas. Pero me cuidaron. Sobreviví. A partir de entonces, miro con otros ojos a los heavies.

- Incitadora al vicio en Andorra. Esto fue un chollo. Aquí había que captar potenciales clientes de cigarros para encasquetarles cajas y cajas de puritos de la tabacalera francesa Seita (qué ya no existe como tal) Les dabas a probar una caladita por aquí y otra caladita por allá, y se iban tan contentos con su caniche en brazos y su cajas de puritos. Como en el Pas de la Casa los compradores son franceses, me vino muy bien para perfeccionar el idioma. Además, al estar acompañada de otras 8 azafatas francesas que promocionaban tabaco, teníamos entrada gratuita a casi todas las discos del pueblo. Por no hablar de la cantidad de camisetas, ceniceros, mecheros, gorras, relojes y muchos etcéteras que me agencié gracias al buen rollo con el resto de promotoras de otras marcas.

Dudo que se pueda repetir tanta acumulación de trabajo bizarro en una misma persona.

Aunque si alguien dispone de experiencias pintorescas del estilo, me ofrezco voluntaria para hacer la recopilación.

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