09 julio 2006

Actividades extraescolares - Ida de olla número 1

Preprólogo

Los cajones son los sitios más sorprendentes del mundo. Deberían declararlos reserva de la biosfera.

Buscas un botón verde y te encuentras con un post it arrugado y marronoso con un teléfono que ya no existe. Depositas un día un bolígrafo y al cabo del tiempo aparece todo desangrado y enganchado a un pasaporte caducado.

Los cajones. Esos sótanos de la memoria.

Y, buscando en un cajón, he encontrado un pequeño tesoro. Un par de pequeñas obras de arte, con sus incongruencias y sus precariedades. Ya sé que quizás sólo le hagan gracia a servidora y a un par de personas más. Pero que les haga gracia a ellas, que seguro daban por perdidos estos documentos (arrugados y marronosos), es motivo suficiente para recuperarlos (¿Dónde habrá ido a parar el resto de nuestra obra?)

Están escritos en un dialecto de América del sur. Ya se sabe que los gatos somos políglotas. Confío en que los perros, gatos, peces y animalillos varios que rondan esta taberna dominen los dialectos. Y si no, a los diccionarios, que para eso hay cantidad de gente que se pasa la vida explicando palabras.

Prólogo

La escuela, el instituto, o como se llame ese parking de humanos no adultos, suele ser un absoluto coñazo. Allí te aburres mucho. Sobre todo cuando tienes 15 ó 16 dulces añitos. Entonces haces amigos o te drogas, o todo junto. A mí y a dos más nos daba por escribir.

Durante las clases, nos pasábamos unos papeles grapados a modo de libreta donde escribíamos a dos y tres manos unos relatos fantásticos que nos daban alas. Y como no hablábamos y se nos veía todo el rato meta a escribir, se pensaban que éramos los más empollones de la clase. Lo que son las apariencias.

Ida de olla número 1 (en épocas del cometa Halley)

Y como las cárceles no existían, salió enseguida a comprarse una nueva identidad en el supermercado.

- Acá no tenemos - dijo una empleada mientras ordenaba las latas de tomate - En Carrefour tienen seguro, y si en otro lado está más barato, le devuelven la diferencia, mientras lleve la cuenta.

Cabizbajo, sin identidad, sin conciencia, sabiéndose envase vacío, se encaminó a Carrefour.

- Por casualidad, ¿acá venden identidades? ¿Y conciencias?

- Las dos cosas - opinó el cadete al ser interrogado - Pero están agotadas. Igual, las que hacen ahora son de mala calidad ¡Identidades eran las de antes! Casualmente, en casa tengo una de segunda mano que podría venderle. Viene con conciencia y todo...

-¡Maravilloso! ¡sublime! ¡más que bueno! - Dicho esto, agarró al cadete por el buzo rojo y salió corriendo.

Al llegar a Libertador se dio cuenta de que no sabía dónde quedaba la casa del cadete, ya que jamás había ido.

- Cómo supo que era acá? Usted sí que es vivo. Pase, es en el primer piso - El cadete abrió la puerta he hizo pasar al coso.

- Tenga, desde ahora usted es Gregorio Montefiori, y en pago de esta identidad que yo le entrego, usted será mi esclavo. Bueno, vuelvo al supermercado. Llego a las 20:30 y quiero la mesa lista y la ropa impecable ¿entendido?

El cadete salió dando un portazo, y volvió al trabajo saltando en una pata y gritando ¡ipip-ra! ¡ipip-ra!

El coso estrenó su nuevo nombre mirándose en un espejo, repitiendo “Gregorio Montefiori”, mientras estudiaba sus nuevas poses.

Ya tenía identidad. No tenía por qué ser sirviente de nadie. Se iría muy lejos, a usar su identidad nueva en un lugar novedoso. ¿Cuál podría ser? Él era un fugitivo, los fugitivos viven en una piojera. No sería difícil de encontrar ¡Siempre hay una buena piojera en alguna parte!

Pero la piojeras están llenas de piojos. Tendría que encargar toneladas de Nopucid...

- Mejor me voy a vivir al Jálei, y así no volveré hasta dentro de 76 años, ji ji ji. Y loco de alegría se dirigió a la Belmont.

- ¿Quién sigue? Gregorio se adelantó.

- ¿Qué buscaba? ¿Gárgaras adelgazantes, perfume francés antipiojicida, vaporizador antiacné?

- Me interesaría irme a vivir al Jálei.

La empleada abrió los ojos bien grandes, tanto que le desaparecieron las mejillas.

¿Cómo no se nos ocurrió? Pensó que Gregorio patentaría antes la idea...Corriendo se fue al despacho de la dueña, al señora Boleta, a decirle que patente la idea, porque hay un tipo afuera que se le ocurrió antes.

Boleta hizo un par de llamadas telefónicas e informó:

- Ya está patentado. Sacale al tipo 1100$ y metelo en un cuete de los que sobraron de Navidad.

La empleada volvió saltando a la rayuela, al llegar al cielo se chocó con el mostrador.

Gregorio le dijo que ya no le interesaba porque no se le iba a secar la ropa, porque la evaporación es un fenómeno terrestre. Además, no tenía Ko-i-Nor.

La empleada, simulando su despecho, ignoró a Gregorio y prosiguió con su trabajo - ¿Quién sigue?

¿Adónde voy? Se preguntó Montefiori desconcertado. Se oyó a lo lejos la marcha del tren. ¡Estúpida pregunta! ¡Iré a donde el destino me lleve!

Esperó a destino, pero destino no llegaba. Fue a la estación a comprar boleto.

-¿Cuándo pasa destino? - El empleado dijo que venía con retraso de 30 meses. Montefiori estaba desesperado.

¡Treinta meses esperando el destino! LOS destinos, porque debería pasar uno por semana, y hace 30 meses que no pasa ni medio.

Un barullo infernal se dejó oír. Gregorio se dio vuelta y vio como los trenes atrasados pasaban ante sus ojos y se perdían en la lejanía.

- Habrá que esperar una semana hasta que llegue el próximo - dijo el boletero, y cerró la puerta.

De pronto, se le prendió la lamparita a Gregorio: ¡¿Cómo no se me había ocurrido?! pensó. Con este nombre, ¿qué otra cosa puedo hacer que ser zapatero?

Dicho esto, se puso a cantar de alegría, y la gente que esperaba el destino le arrojó muchas monedas. Como el dinero recaudado no le alcanzó para montar una zapatería, compró un banquito y ahora trabaja como lustrabotas en la estación.

Y fue feliz y se comió una perdiz.

Próximamente, Ida de olla número 2 (y la moda de los robots de cocina).

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